El antihéroe en la novela: definición, tipos y construcción

¿Qué es un antihéroe y en qué se diferencia de un héroe? ¿Qué tipos de antihéroes existen? ¿Cómo deben construirse para que resulten creíbles y atractivos?

Ramón González — 11 septiembre, 2024

Novelas con antihéroes
Novelas con antihéroes

Me cuesta mucho recordar cuándo fue la última vez que leí una buena novela contemporánea con un protagonista que fuera un héroe. Puede parecer extraño, pero tiene su sentido: por un lado, las historias que yo prefiero no son las que narran vidas o hechos de personajes heroicos; y por otro, la novela literaria contemporánea está arrinconando cada vez más a ese tipo de protagonistas.

No es casual. Atravesamos una época —que cada uno le ponga los adjetivos que desee— en la que, también en la vida real, resulta complicado encontrar verdaderos referentes morales y honestos. Aunque quizá no sea algo nuevo. Puede que los héroes de carne y hueso en realidad no hayan existido nunca; puede, en definitiva, que solo hayan sido el producto edulcorado de un proceso de mitificación.

En cualquier caso, y volviendo a la ficción, en la literatura de hoy me cuesta imaginar a un héroe a lo Ulises o a lo Jean Valjean que resulte creíble. ¿Se puede crear todavía a un protagonista valiente, perseverante, inteligente, piadoso, justo, etc., que sea verosímil y nos represente? Y en caso de que lo logremos: ¿realmente nos va a interesar? La creación de un héroe no es sencilla, tiene obstáculos, trampas. Por ejemplo: si nos resulta moralizador, es decir, si además de ser un modelo de conducta el novelista nos lo hace saber de manera poco sutil, va a ser muy difícil, por no decir imposible, que lo soportemos. ¿Modelos de virtud y lecciones de moral en nuestros días? La apuesta es arriesgada, desde luego, y quizá hasta anacrónica: en estos tiempos de desesperanza y deshumanización que corren, un antihéroe nos resultará, sin duda, más verosímil y reconocible.

Pero… ¿Qué es un antihéroe? ¿Qué características tiene?

Si tratamos de definirlo de un modo muy general y en contraposición al héroe, se trataría de aquel personaje protagonista que no posee los valores morales habituales de una determinada sociedad (es decir, un antihéroe de Estados Unidos y otro de Corea del Norte probablemente tengan más diferencias que semejanzas, salvo si consideramos que los valores morales son universales…). Así, un antihéroe, si no tiene los valores de la sociedad en la que vive, significa que tiene su propio sistema moral, a menudo con defectos y desvíos. Un antihéroe puede, por ejemplo, ser asocial, cruel, apático, obsceno…

Por otro lado, es importante no confundir al antihéroe con el antagonista, que es aquel personaje que tiene el mismo objetivo que el protagonista y está en conflicto con él (además, un antagonista no tiene por qué poseer unos atributos negativos).

No es mi intención hacer aquí una genealogía del antihéroe en la literatura, pero, para quien desee profundizar en la cuestión, se suele considerar que es en la picaresca del Siglo de Oro español donde podemos encontrar por primera vez este modelo de protagonista en la novela.

¿Qué tipos de antihéroes hay?

La clasificación, según quién la realice, puede ser más o menos larga. En mi caso, me limitaré a citar dos grandes tipos de antihéroes que, a mi parecer, contienen a todos los que existen.

El primero es aquel que, aunque no tenga los valores morales habituales de la sociedad en la que vive, sí es alguien excepcional, extraordinario, novelesco. Los antihéroes de Marvel podrían entrar en esta categoría.

El segundo tipo —que es el que más me interesa analizar— es el que se da más en literatura y es opuesto al anterior, es decir: es alguien que no es excepcional, sino ordinario. Se trata de un antihéroe cotidiano a quien, por lo general, una circunstancia extraordinaria —aunque no siempre sea el caso— lo hace protagonista de la historia que se cuenta. Algunos ejemplos de este tipo de antihéroe serían: Lázaro de Tormes, Holden Caulfield (El guardián entre el centeno), Meursault (El extranjero), Juan Pablo Castel (El túnel), Ignatius Reilly (La conjura de los necios) o los Molloy, Vladimir, Estragón y demás personajes vagabundos de Samuel Beckett.

¿Cómo crear un antihéroe para que resulte verosímil y sugerente?

Centrándome en la segunda categoría de antihéroes analizada, hay un escritor contemporáneo que, en mi opinión, construye y maneja mejor que nadie a este tipo de protagonistas. Me refiero al francés Michel Houellebecq. Sus novelas son una masterclass práctica de cómo crear antihéroes, y algunas de ellas, como Ampliación del campo de batalla, La posibilidad de una isla o Plataforma, son además sobresalientes.

Los protagonistas de Houellebecq suelen ser seres depresivos, apáticos, solitarios y cínicos (por utilizar solo cuatro adjetivos). Con esas características, a uno no le darían muchas ganas de conocer sus historias, pero Houellebecq equilibra muy bien a sus antihéroes gracias al humor que poseen, un humor desesperado que los hace muy atractivos.

Por otro lado, esos antihéroes son tremendamente lúcidos, y sus opiniones sobre la sociedad y el mundo, directas y sin concesiones, siempre nos impactan —para bien o para mal—. A pesar de ello, y esta es una de las claves de la escritura de Houellebecq, esa lucidez de sus personajes nunca se utiliza para moralizar ni para situarse de manera indiscutible por encima del resto. Más bien al contrario, los antihéroes de Houellebecq, a pesar de su agudeza, tienen flaquezas, se equivocan, son contradictorios, a veces caen en el ridículo…

Un ejemplo para mí paradigmático de cómo debe narrarse desde la voz de un antihéroe lo encontramos en un pasaje de su novela Plataforma. El protagonista, Michel, un soltero hastiado y cínico de cuarenta años, se encuentra en el aeropuerto, en período navideño, a punto de tomar un vuelo a Tailandia, cuando nos dice lo siguiente:

Así que allí estaba yo, solo como un imbécil, a unos metros de la ventanilla de Nouvelles Frontières. Era sábado por la mañana, época de fiestas; Roissy estaba abarrotado, como de costumbre. En cuanto tienen unos días de libertad, los habitantes de Europa occidental se precipitan al otro confín del mundo, cruzan medio planeta en avión, se comportan literalmente como si acabaran de fugarse de la cárcel. No los culpo; yo estoy a punto de hacer exactamente lo mismo.

Mis sueños son mediocres. Como todos los habitantes de Europa occidental, quiero viajar.

La primera clave de este fragmento la encontramos en el «solo como un imbécil» inicial, donde se muestra que el protagonista no tiene ningún problema en ridiculizarse e incluso despreciarse. La segunda clave, más importante aún, está en las frases finales, las que aparecen a partir de: «No los culpo; yo estoy a punto de hacer exactamente lo mismo». En esas frases vemos con claridad que Michel no se sitúa por encima de lo que critica: él también tiene sueños mediocres, él también quiere viajar. De este modo, muestra su flaqueza, y además, gracias a la contradicción, su personaje se vuelve más atractivo y su observación más pertinente: ni siquiera él mismo, a pesar de su lucidez, es capaz de escapar del mecanismo que critica.

Si hacemos la prueba de retirar esas frases del pasaje, este cambia por completo:

Así que allí estaba yo, a unos metros de la ventanilla de Nouvelles Frontières. Era sábado por la mañana, época de fiestas; Roissy estaba abarrotado, como de costumbre. En cuanto tienen unos días de libertad, los habitantes de Europa occidental se precipitan al otro confín del mundo, cruzan medio planeta en avión, se comportan literalmente como si acabaran de fugarse de la cárcel.

Vemos con claridad que este segundo pasaje ha perdido humor y eficacia respecto al primero. ¿Por qué? Porque, al eliminar la autocrítica, la voz del protagonista se ha vuelto más grave y moralizadora, y eso hace que simpaticemos menos con él: Michel sigue siendo un antihéroe, sí, pero al desaparecer la contradicción, nos parece menos humano.

En conclusión, nunca debemos olvidar que los antihéroes son seres imperfectos, incoherentes, incompletos, incorrectos… Es decir, son, en mayor o menor medida, como nosotros, son humanos.

¿Por qué, si no, nos gustarían tanto?