El guardián entre el centeno (o cómo escribir una novela)
La fórmula mágica para escribir una novela no existe, pero siempre podemos leer a los autores que han creado grandes obras y tratar de aprender de ellos. Teniendo en cuenta esto, la obra maestra de Salinger “El guardián entre el centeno” nos puede enseñar mucho sobre el arte de escribir novelas.
Ramón González — 30 marzo, 2025
Imaginemos a alguien que acaba de descubrir su vocación de narrador y ansía escribir una novela, pero no sabe cómo hacerlo. Imaginemos también que ese alguien, buscando saltarse algunas etapas, me pidiera durante una sesión de coaching literario que le aconsejase un libro, solo uno, para aprender con rapidez a escribir ficción —asumiendo que tal cosa es posible—. Si me viera en esa tesitura, no le recomendaría una de esas obras en las que se habla de técnicas narrativas o de cómo construir personajes; ni siquiera le propondría el libro de un autor ya consagrado en el que se revelan los secretos de su exitosa escritura. Mi sugerencia más bien sería que leyera —y a poder ser releyera con atención— El guardián entre el centeno. ¿Por qué? Muy sencillo: porque esa obra de Salinger es una masterclass práctica de cómo se debe escribir una novela.
Para comenzar, la voz narrativa es personalísima, de una gran autenticidad. Holden, el protagonista adolescente del relato, nos cuenta en primera persona su historia, y lo hace de un modo sugerente y original, utilizando un léxico y unas expresiones muy personales. Esa voz, que es el modo principal que tenemos de conectar con él y con su historia, es intransferible, única, pero al mismo tiempo reconocemos en él al adolescente contradictorio, inerme y rebelde que todos hemos sido: Holden trata de comportarse como un adulto pero sigue siendo un niño, piensa una cosa pero luego hace otra, miente, inventa, es hiperbólico, irracional, sensible, tierno, insolente… Holden es todo eso que ya conocemos bien, pero lo es a través de una voz muy auténtica que nos cautiva. Es decir, desde su individualidad logra trascender y convertirse en un personaje universal, icónico y perfectamente reconocible por todos; así, no es de extrañar que sea uno de los más importantes y recordados de la literatura del siglo XX.
Pero no solo el protagonista es un personaje vivo que casi podemos tocar: los secundarios que aparecen también están muy bien construidos, tanto psicológica como físicamente. Valga un ejemplo. Cuando Holden describe a su compañero de la habitación de al lado —Akley—, dice que tiene «una dentadura asquerosa», y después añade:
En todo el tiempo que fuimos vecinos de habitación no le vi lavarse los dientes ni una sola vez. Los tenía siempre horribles y como mohosos, y si le veías en el comedor con la boca llena de puré de patata y guisantes o algo así, casi te daban ganas de vomitar. Además de eso, tenía un montón de granos, no solo en la frente o en la barbilla, como la mayoría de los tíos, sino por toda la cara.
El retrato es tan contundente que resulta inolvidable, y en adelante, cada vez que Akley aparezca, esa imagen volverá y lo veremos siempre con sus granos y su horrible dentadura.
Esa es, precisamente, otra de las grandes virtudes del libro, a la que todo escritor debe aspirar: el carácter plástico de las descripciones. Salinger necesita muy poco para crear en la mente del lector imágenes potentes e imborrables. Muchos de los personajes secundarios que aparecen quedan rápidamente asociados a una característica vívida que hace que los veamos con total claridad. A veces le bastan un par de adjetivos o una metáfora para lograrlo, porque al describir lo que cuenta no es la cantidad, sino la calidad; no hay que decir mucho, hay que decir aquello que sea significativo.
Aún se podría escribir mucho más sobre las virtudes que hacen de El guardián entre el centeno una obra maestra del siglo XX, pero no es mi intención extenderme más por el momento —quizá lo haga en una entrada posterior—. He analizado la voz, la construcción de personajes y el carácter plástico de la narración porque me parecen elementos clave para escribir una buena novela. ¿Quiere eso decir que la trama, el hilo conductor, los giros, el desenlace, etc. no son importantes? No, también lo son, por supuesto; pero, a mi parecer, en la buena literatura la historia que se relata no tiene por qué ser siempre lo más atractivo. Es decir, se puede escribir una excelente novela sin narrar nada especial, siempre, claro está, que se narre bien. Para ilustrar mejor esta idea, suelo utilizar el ejemplo del buen contador de chistes, cuya principal habilidad está en la gracia con la que los cuenta y no tanto en la historia en sí o en el desenlace que tienen.
Dicho lo anterior, en El guardián entre el centeno sí que se cuenta algo, y además es muy interesante. Pero no estamos, en mi opinión, ante una trama al uso; por ejemplo, ningún personaje secundario recorre con el protagonista el planteamiento, nudo y desenlace —si es que en la obra se puede realizar tal división—. Sin embargo, la huida que Holden emprende, y que constituye el núcleo central de la historia, resulta muy atractiva. ¿Por qué? Porque no sabemos lo que va a hacer —ni él mismo lo sabe— ni qué será de él, y esa incertidumbre, ese viaje lleno de infinitas posibilidades, nos mantiene pegados en todo momento con fuerza al libro.

