Las mejores novelas del siglo XXI
¿Cuáles son las novelas más destacadas de lo que llevamos de siglo XXI? En este artículo elijo mis diez favoritas y explico por qué lo son.
Ramón González — 19 junio, 2025


El género de la novela goza, a mi parecer, de una excelente salud, y prueba de ello es que este comienzo de siglo XXI nos ha dejado ya muchas obras de calidad, algunas de las cuales, sin duda, serán consideradas en el futuro —si es que no lo son ya— obras maestras.
Para algunos, las mejores novelas escritas en este primer cuarto de siglo XXI están muy lejos del nivel de las más importantes del siglo XX. Es posible que algo de verdad haya en esta afirmación, pero las comparaciones son odiosas y para mí no tiene mucho sentido confrontar estos dos siglos, que en realidad son complementarios y funcionan el uno como continuación del otro. En este sentido, los escritores del XXI han seguido recorriendo los caminos abiertos —que fueron muchos y muy interesantes— por los grandes escritores del XX, y, lejos de conformarse, algunos de ellos han sido muy valientes, temerarios incluso, y se han atrevido a ir más allá en busca de sus propias rutas, pues la verdadera literatura aspira a innovar y a reorganizar el canon.
Con esta entrada me he propuesto completar y ampliar el artículo escrito meses atrás en el que listaba las mejores novelas de los siglos XX y XXI. Sin más demora, estas son mis diez novelas favoritas de lo que llevamos de siglo XXI:
1. El desbarrancadero (2001), Fernando Vallejo.
Leer a Fernando Vallejo, sobre todo cuando uno lo hace por primera vez, es una experiencia sin parangón, una experiencia violenta, iracunda, lírica, nihilista, hermosa, a veces incómoda y casi siempre divertida.
En El desbarrancadero —Premio Rómulo Gallegos de 2003— nos encontramos, a mi parecer, con el mejor Vallejo, con el que equilibra con más naturalidad todos esos elementos tan dispares de su prosa. En la obra se cuenta la vuelta a Colombia del narrador de la historia para cuidar de su hermano, enfermo de sida al que acecha la Muerte —que es un personaje más de la novela, tal vez la verdadera protagonista.
La historia es un huis clos que trascurre en la casa en la que el narrador creció, una casa en la que aún vive una madre a la que odia —la Loca— y el Gran Güevón, «el semiengendro que de último hijo parió la Loca (en mala edad, a destiempo, cuando ya los óvulos, los genes, estaban dañados por las mutaciones)». Mientras cuida de su hermano enfermo, los recuerdos pasados de su familia y de Colombia conviven con un presente tiranizado por la enfermedad y por la omnipresencia de la Muerte.
La voz de Vallejo en esta obra es única: valiente, potente, directa, tan vulgar como poética, tan coloquial como elevada. El autor colombiano maneja a la perfección los diferentes registros de la lengua, crea palabras, juega con el lenguaje, hijueputea, insulta, se pone tierno cuando la situación lo requiere.
Con El desbarrancadero, Vallejo demuestra que el lenguaje y la narrativa lo pueden todo.
2. El mal de Montano (2002), Enrique Vila-Matas.
El otoño pasado tuve la oportunidad de asistir a una charla de Vila-Matas en el Instituto Cervantes de París. Al final de la misma, me acerqué a él para que me firmara un libro. Había llevado conmigo Bartleby y compañía y El mal de Montano, con la idea de que me dedicara los dos —son mis libros favoritos del autor—, pero en el último momento, viendo que parecía estar muy cansado después de dos días de eventos en París, le dije que eligiera y me firmara solo uno de ellos, el que él prefiriese. Después de observarlos un momento, tomó el ejemplar de El mal de Montano y, mientras me lo dedicaba, me dijo que era su libro más acertado, del que más orgulloso se sentía. Yo entonces aproveché para decirle que cuando lo leí me fascinó porque tuve la impresión de que estaba improvisando, de que ni él mismo sabía adonde se dirigía, y a pesar de ello —o gracias a ello— había escrito una obra magistral, de una gran riqueza y profundidad, extravagante pero muy humana, una de esas obras que puede leerse varias veces porque en ella no importa el destino sino el camino que se recorre.
Explicar de qué va El mal de Montano es complicado —y probablemente innecesario—. Hay que empezar a leer la obra y dejarse llevar, como hizo el autor, que la escribió avanzando a campo abierto, sin guion, confiando, supongo, en que su intuición y su talento le mostrarían el camino a seguir.
Como en muchos de los libros de Vila-Matas, en El Mal de Montano la protagonista es la literatura —la enfermedad de la literatura, para ser más exactos—, y como no podía ser de otro modo, la lectura de esta gran novela agrava esa balsámica enfermedad.
3. 2666 (2004), Roberto Bolaño.
2666 fue elegido por Babelia como el mejor libro de lo que llevamos de siglo, y también apareció en sexta posición en la lista realizada por el New York Times. Primera obra póstuma de Roberto Bolaño, sin duda el escritor en español más importante de los últimos treinta años. La obra está compuesta por cinco partes que, aunque independientes entre sí, comparten temas, personajes y el lugar donde transcurre la acción, la ciudad de Santa Teresa, en Sonora. De hecho, la idea del autor era que, tras su muerte, se publicaran cinco novelas, pero los editores decidieron juntarlas todas en una sola obra.
2666 es un libro torrencial en el que vemos a un Roberto Bolaño en estado de gracia. Una novela vasta, osada, profundamente literaria y, al mismo tiempo, accesible y muy atractiva. Entre sus temas principales destacan la literatura y la violencia. Para la historia quedará la narración, durante más de cuatrocientas páginas, de los asesinatos y crímenes sexuales de mujeres en Santa Teresa.
4. La novela luminosa (2005), Mario Levrero.
La historia de este libro es la siguiente: En el año 2000, el escritor uruguayo Mario Levrero recibió la Beca Guggenheim para corregir y terminar de cerrar el borrador de su Novela luminosa, una obra que arrastraba desde hacía años y en la que intentaba narrar ciertas experiencias extraordinarias que él denominaba «luminosas». Tras cobrar el dinero de la beca, el autor, en lugar de terminar la novela, comenzó a escribir un diario con el objetivo de poner en marcha la escritura y mantener una continuidad hasta crearse un hábito, pues llevaba un tiempo bloqueado.
Con esta idea arranca el Diario de la beca, considerado el prólogo de La novela luminosa. Lo fascinante es que ese diario termina por extenderse durante más de cuatrocientas páginas y se vuelve el verdadero núcleo de la obra (La novela luminosa son apenas cien páginas). En ese diario, vemos a un Mario Levrero que se desnuda por completo, como acostumbraba a hacer en sus escritos más personales. El resultado es un texto íntimo y profundamente sincero —además de muy divertido— en el que quedan recogidas las neurosis y manías del autor, y en el que —y esta es una de las claves de la obra— se anticipa algo que estaba por venir: la dependencia de la tecnología. En el Diario de la beca, Levrero se pasa gran parte del tiempo luchando contra su adicción a la computadora y a toda una serie de distracciones cibernéticas que continuamente lo dispersan y lo desvían de la escritura y de la búsqueda del espíritu.
Se trata, por lo tanto, de una novela completamente actual, una novela que podría estar escribiéndose hoy mismo.
5. La posibilidad de una isla (2005), Michel Houellebecq.
Es muy probable que la obra más leída y recordada de Houellebecq, por lo que tuvo de polémica y profética, sea Plataforma (2001). Sin embargo, en mi opinión, La posibilidad de una isla es su mejor obra, la más completa, la más atrevida. En una entrevista, el escritor francés reconoció que fue el libro que más le costó escribir, y no me sorprende, pues estamos ante una obra muy ambiciosa.
Su arquitectura formal es ya una novedad. A lo largo de sus más de cuatrocientas páginas se alternan los relatos de vida de Daniel y de sus sucesivos clones, que narran desde un futuro transhumanista en el que la inmortalidad es alcanzable. Pero más allá de este escenario de ciencia ficción —género del que Houellebecq siempre fue un gran lector—, en esta novela están los temas que siempre han interesado al controvertido escritor francés: la sociedad tardocapitalista, el futuro de la humanidad, las relaciones humanas, la ciencia, la soledad, el sexo, el deseo, la juventud, la vejez… La principal diferencia con sus obras anteriores, lo que la hace aún mejor, es que en La posibilidad de una isla estamos ante un Houllebecq más trascendental y metafísico.
6. La vegetariana (2007), Han Kang
En 2024, Han Kang obtuvo el Premio Nobel de Literatura «por su intensa prosa poética que confronta traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana». Hasta ese momento, la autora surcoreana había pasado casi —o totalmente— desapercibida para el gran público, aunque ya había ganado importantes premios en el pasado, como el Médicis Extranjero en 2023, con Imposible decir adiós, y sobre todo el International Booker —uno de los premios literarios más prestigiosos del mundo— en 2016, con La vegetariana.
Fue precisamente de esta novela de la que más se habló cuando Han Kang ganó el Premio Nobel. ¿Es realmente su mejor obra? Como no las he leído todas no puedo responder a esta pregunta, pero lo que sí puedo asegurar es que se trata de una de las mejores novelas de lo que llevamos de siglo XXI.
La historia tiene como protagonista a Yeonghye, una mujer discreta, dócil y sin ningún atractivo especial, tal y como la describe su marido al comienzo de la novela. Sin embargo, todo cambia para ella y para su familia cuando, tras un perturbador sueño, Yeonghye se hace vegetariana y lleva hasta las últimas consecuencias su decisión.
La novela está dividida en tres partes, cada de una de ellas contada desde el prisma de un personaje diferente —ninguno de ellos es la protagonista, lo que hace que todo sea aún más interesante—y a través tres narradores de distinto tipo —en primera persona y en pasado, en tercera y en pasado, y en tercera y en presente.
Se trata de una obra de poca extensión y estilo sencillo, pero muy rica en cuanto a los temas que plantea y sus posibles interpretaciones. Con muy poco, la autora nos cuenta mucho. Estamos, en definitiva, ante una novela muy lúcida —y también muy perturbadora— que opera en varias dimensiones a la vez.
Con La vegetariana, Han Kang demuestra por qué fue merecedora del Nobel y por qué es una de las mejores escritoras contemporáneas vivas.
7. Física de la tristeza (2011), Gueorgui Gospodínov.
Novela inclasificable, experimental, fragmentaria; una obra radicalmente contemporánea pero en la que aparecen multitud de referencias a la mitología clásica. Gospodínov parte del mito del Minotauro y explora desde sus vivencias diferentes temas como la infancia, la familia, la soledad, la memoria, la literatura, la melancolía o el fin del mundo.
La novela es un puzle construido con fragmentos que se enlazan a través de asociaciones temáticas. En esos fragmentos aparecen recuerdos, historias, reflexiones, listas, recortes de periódico e incluso fotografías. Desde el comienzo, la maestría narrativa de Gospodínov —uno de los mejores y más audaces autores vivos— nos adentra en una obra que sorprende al lector en cada página, una obra en la que parece poder caber todo y en diferentes tonos: en él hay humor, tristeza, ternura, depresión…
Estamos, pues, ante un caleidoscopio literario, un libro originalísimo que, partiendo de lo personal, nos lleva a lo universal y nos sumerge en lo más profundo del alma humana.
8. La lucecita (2013), Antonio Moresco.
El protagonista y narrador de La lucecita vive en un apartado pueblo del que es el único habitante, y como nos confiesa en la primera frase de la novela, ha ido allí para desaparecer. De él sabemos muy poco. Tiene un alma taciturna y sensible, da paseos, dialoga con la naturaleza como lo hace consigo mismo, trata de vivir en paz.
Sin embargo, hay algo que perturba su aislamiento. Cada noche, al otro lado del valle en el que habita, una lucecita se enciende, y él se pregunta qué será, quién la encenderá... Para resolver el enigma, decide romper su aislamiento y atravesar la naturaleza salvaje y hostil que le separa de esa lucecita.
En esta novela corta —pero de una enorme profundidad e intensidad—, el italiano Antonio Moresco nos relata, con una voz y un lenguaje poéticos de gran hermosura, una historia llena de simbolismo en la que se reflexiona sobre la existencia humana, sobre el sentido de la vida y sobre la muerte.
Muy pocas novelas contemporáneas son tan profundas y tan bellas como La lucecita. Su lectura, que recomiendo a todo el mundo, es una experiencia lírica y metafísica que nos eleva.
9. 14 de Julio (2016), Éric Vuillard.
La toma de la Bastilla es uno de los acontecimientos más populares de todos los tiempos. Sin embargo, cuando se relata lo ocurrido el 14 de julio de 1789, se suele hacer desde el punto de vista de unos personajes insignes que, además de que no estaban allí, en realidad tampoco deseaban que la Bastilla cayera.
En 14 de julio, Eric Vuillard evita ese manido artificio narrativo y nos cuenta, con estilo vivaz y sugerente, la historia de aquellos que sí estaban, la de los hombres y mujeres anónimos que, movidos por la penuria, la indignación y la desesperación, se rebelaron y se convirtieron en los verdaderos protagonistas de la Historia. De ese modo, el relato se apoya en las acciones y relaciones de la gente común, la que —a ras de suelo y no desde las idealizadas alturas— participó en la toma de la Bastilla.
En esta novela, Eric Vuillard ennoblece a la anónima multitud y también, siempre que puede, la identifica. Resultan fascinantes las páginas en las que se encadenan, a modo de letanía popular, el nombre, el apellido y la profesión de los que se encontraban en la toma de la Bastilla.
14 de julio es, en definitiva, una novela histórica muy bien documentada y muy bien escrita. La prosa es precisa pero también fluida, vigorosa, a ratos poética y siempre sugestiva. Con esta obra, Eric Vuillard honra la toma de la Bastilla y el género de la novela histórica.
10. Las ocasiones (2024), Rubén Lardín.
«Una persona de Barcelona se muda a Madrid. Fin». Un libro que trata de venderse con esta sinopsis tan osada e insolente me atrae de inmediato, inflama mi imaginación, pero si además su editor aclara que «las irregularidades ortográficas y tipográficas presentes en este libro responden solo al deseo del autor, así como a la voluntad del editor de cumplir todos los deseos del autor», sé ya de antemano que estoy ante algo diferente, especial. Y, en efecto, bastan las primeras líneas de la obra para ratificarlo: «Escribo esto colgado del patín de un helicóptero. Fácil no es, pero por vosotros estoy dispuesto a lo que sea».
¿De qué va Las ocasiones? Esta misma pregunta se la hace un amigo al narrador hacia la mitad de la novela, y este le responde, o se responde a sí mismo, que «puede escribir de cualquier cosa», que «todo será inútil». Ahora bien, si por inútil entendemos lo contrario de lo que nuestra enferma sociedad utilitarista defiende, significa que estamos ante un libro necesario, trascendental, un libro de rescate.
Que Las ocasiones vaya de algo o de nada poco importa, sobre todo si uno es tan valiente y maneja tan bien el lenguaje, con tanta gracia y desenvoltura, como Rubén Lardín. Bastará decir que es una novela que también es un ensayo, un ensayo en el mejor sentido del género: Lardín no trata de convencernos o de tener razón, tampoco buscar plasmar ideas, sino que está probando, experimentando: en definitiva, está ensayando.
Las ocasiones es un libro fragmentario en el que cabe todo, aunque existen algunos temas que son recurrentes, como el cine, la literatura o el erotismo. El narrador, flâneur del siglo XXI, va construyendo la novela con lo que el cotidiano le ofrece, y a su contemplación va añadiendo unas lúcidas reflexiones con las que no pretende aleccionar, sino comprender lo que mueve a los hombres, comprenderse a sí mismo y tal vez salvarse.
Hacia la segunda mitad del libro, en un fragmento memorable, el narrador se topa consigo mismo, con Lardín, y unas líneas más adelante nos dice de él —de sí mismo—, que de su último libro ha vendido 315 ejemplares.
Solo un escritor verdadero puede escribir algo semejante sin que le tiemble la prosa.