Las mejores novelas del siglo XX

¿Cuáles son las novelas más importantes e influyentes del siglo XX? La elección dependerá de a quién —y en qué momento— se le pregunte. En lo que a mí respecta, en este artículo hablo de cuáles son mis diez favoritas y por qué.

Ramón González — 5 mayo, 2025

Mejores novelas siglo XX
Mejores novelas siglo XX

Hace unos meses escribí una entrada en este mismo blog en la que listaba las mejores novelas de los siglos XX y XXI. Para cada siglo elegía diez, las que son a día de hoy —pues la lista siempre puede cambiar— mis favoritas. Sin embargo, no explicaba el porqué de mi elección, algo que sí haré en este artículo.

En aquella entrada hablaba también de por qué la literatura contemporánea, la de los siglos XX y XXI, era mi preferida. Lo que venía a decir, en resumen, era que se trataba de la literatura que mejor explica al ser humano de hoy, algo que para mí resulta primordial. No obstante, en la literatura contemporánea hay más que eso, mucho más. Bolaño decía que la mejor poesía del siglo XX se había escrito en prosa, y estoy bastante de acuerdo. Los escritores contemporáneos fueron y son extraordinarios —además de muy valientes— al ocuparse de los aspectos relativos a la forma. No cabe duda de que autores como Faulkner, Céline o Beckett innovaron y abrieron nuevas sendas para la novela, algo que resulta fundamental, al menos para mí, a la hora de elegir a los escritores y las obras que marcaron la literatura del siglo pasado. 

Hechas las aclaraciones pertinentes, y sin más dilación, estas son las que yo considero las diez mejores novelas del siglo XX:

1. La metamorfosis (1915), Franz Kafka.

Sin lugar a dudas, Kafka es el autor que más influencia ha tenido en los escritores contemporáneos. Su obra La metamorfosis, aunque probablemente sea inferior a El Proceso y El castillo, es la más radical en la brecha que abre en la realidad. Su comienzo es historia de la literatura universal: «Al despertar Gregor Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto». Unas líneas más tarde, para que no haya malentendidos, el narrador de la historia nos dice con total naturalidad que Gregor Samsa «no soñaba», y de este modo se rompen las reglas de la realidad y entramos en un mundo nuevo y desconocido, el del universo kafkiano, pesadilla lúcida que parece anticipar al hombre y a la sociedad que estaban por venir.

Tras leer La metamorfosis, nuestra experiencia como lectores queda para siempre transformada y no volvemos a ser los mismos.

2. Mientras agonizo (1930), William Faulkner.

Quinta novela del norteamericano William Faulkner, uno de los escritores más importantes del siglo XX. La obra, ambientada en el mítico condado de Yoknapatawpha, relata la muerte de Addie Brunden y el viaje posterior que su familia emprende para enterrarla, como era su deseo, en el pueblo en el que nació. Se trata de una narración coral en la que encontramos hasta quince narradores diferentes, incluida la muerta, que nos habla desde el más allá. La novela es un tour de force en toda regla. Según el autor, fue escrita de madrugada, en seis semanas frenéticas, mientras trabajaba como bombero y vigilante nocturno, y quizá por ello el delirio y la enajenación están presentes en muchas de las voces que narran la historia, ya de por sí delirante. Durante el viaje por el sur, entre lo bíblico y lo grotesco, la familia Brunden y la muerta se tendrán que enfrentar a las fuerzas de la naturaleza, sufrirán inundaciones, incendios... Todo ello contado por unas voces en las que se mezclan lo trágico y lo cómico, la tradición y la transgresión, la desolación y —por escasos momentos— la esperanza.

En palabras del crítico Harold Bloom, Mientras agonizo «está en la cumbre de la ficción norteamericana».

3. Viaje al fin la noche (1932), Louis-Ferdinand Céline.

Novela de estilo y voz radicales en la que Ferdinand Bardamu, protagonista desengañado y cínico de la historia, narra su travesía sin sentido por el comienzo del siglo XX occidental: primero luchará y será herido en la Primera Guerra Mundial, después probará suerte en las colonias francesas, luego perseguirá su particular sueño americano en Nueva York, y por último retornará a Francia, dónde trabajará como médico en una miserable localidad del extrarradio parisino. Novela antibélica, antinacionalista y anticolonialista en la que Céline desarrolla un estilo único —y que tanto ha tratado de imitarse—: un lenguaje cercano al oral y, al mismo tiempo, poético; una prosa salvaje y amarga de sintaxis quebrada; una cadencia y un ritmo hipnóticos. Sin duda, por temática y estilo, una de las obras más importantes del siglo XX.

4. El extranjero (1942), Albert Camus.

Novela elegida por el diario Le Monde como la mejor del siglo XX. Fue publicada durante la Segunda Guerra Mundial y es la personificación literaria de la filosofía del absurdo, que unos meses después Camus plasmaría en el ensayo El mito de Sísifo. De El extranjero dijo Sartre que era la mejor novela publicada desde el Armisticio de 1918.

Meursault, el protagonista y narrador de la historia, encarna como ningún otro personaje literario del siglo XX al hombre alienado, devastado y absurdo que el funesto comienzo de siglo produjo.

La prosa es lacónica, desnuda, de frases cortas y sin metáforas. Ese es el estilo con el que Meursault nos cuenta su historia, cuyo comienzo es uno de los más significativos de la literatura del siglo XX:

Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé. He recibido un telegrama del asilo: «Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame.» Nada quiere decir. Tal vez fue ayer.

La historia está dividida en dos partes que se correlacionan a la perfección, y al acabar la novela uno tiene la sensación de haber leído un libro al que no le falta ni le sobra una coma, un libro perfecto en su ejecución.

5. El túnel (1948), Ernesto Sabato.

Obra de corte existencialista que tiene muchas similitudes con El extranjero. El propio Camus, que admiró de ella «su sequedad y su intensidad», recomendó a Gallimard su traducción al francés.

Se trata de la primera novela del argentino Ernesto Sabato, que antes de escritor fue un respetado investigador científico. Doctorado en Ciencias Físicas y Matemáticas, Sabato trabajó en el prestigio Laboratorio Curie de París y en el MIT, pero en 1943, tras sufrir una profunda crisis existencial, abandono para siempre la ciencia, de la que dijo que «llevaría el mundo hacia el desastre». No obstante, una vez convertido en escritor, su prosa pareció quedar impregnada de la precisión y del rigor del método científico, como si la ciencia hubiera dejado en él una huella indeleble.

La historia de El túnel está narrada en primera persona por el pintor Juan Pablo Castel, su protagonista, y en ella se cuenta —no estoy haciendo spoiler, desde las primeras líneas se explicita— el asesinato de María Iribarne, la mujer de la que se había enamorado. Desde su celda, Castel recordará y analizará los hechos con lógica científica, (casi) sin remordimientos y con una mirada que, al igual que la del protagonista de El extranjero, está impregnada de absurdo.

En El túnel aparecen temas como el arte, la deshumanización, la obsesión, los celos, el amor y la muerte, unos temas que Sabato trata con destreza a través de la voz de su personaje, directa, limpia y certera, pero a la vez llena de recovecos, como si ese personaje, en vez de en un túnel, estuviera en un laberinto sin entrada ni salida del que pretendiera escapar aplicando la razón pura. En esa contradicción, magistralmente plasmada, está la esencia de la novela.

6. Molloy (1951), Samuel Beckett.

Después de Kafka, Beckett probablemente sea el escritor más influyente del siglo XX. El genial escritor irlandés abrió nuevos caminos en prosa y teatro, y muchos de ellos —los que él mismo no cerró— siguen siendo transitados por los escritores de hoy. Molloy es la primera novela de la trilogía que completan Malone muere (1952) y El innombrable (1953). También es su primera obra publicada en la que escribe en francés y no en inglés, su lengua nativa. Este cambio inició su gran periodo creativo, originado tras una epifanía en la que Beckett comprendió que su camino, al contrario que el de su maestro Joyce —cuyas obras tendían al conocimiento y a la adición de material—, era el del empobrecimiento y la renuncia: se trataba de restar más que de sumar. En este sentido, Beckett eligió el francés porque en esa lengua le resultaba más sencillo escribir sin estilo y evitar lo poético, y de ese modo, tal y como era su deseo, lograba simplificar su prosa.

En Molloy, la trama es mínima —aunque pasan más cosas que en las obras posteriores de Beckett—. Si la novela se sostiene —y se convierte además en una de las más importantes del siglo XX—, es gracias a las voces singularísimas de sus protagonistas, Molloy y Moran, quienes, a través de dos delirantes monólogos interiores, narran una serie de episodios grotescos en los que se mezclan la enajenación, el sinsentido y el humor, ese humor negro y escabroso tan característico de Beckett.

En Molloy, como en toda la obra de Beckett, sus personajes, desolados y absurdos, están condenados a fracasar y a vagar sin rumbo por un mundo también desolado y absurdo.

Esos personajes somos nosotros y ese mundo es el nuestro.

7. El guardián entre el centeno (1951), J. D. Salinger.

Obra de culto indiscutible, una de las más influyentes del siglo XX. Su protagonista, Holden Caulfield, personifica las contradicciones y la rebeldía de la adolescencia; la novela es también una crítica al conservadurismo de la sociedad norteamericana de la época.

El guardián entre el centeno es, además, una masterclass práctica de cómo debe escribirse una novela, de modo que es una obra muy recomendable para todo aquel que desee convertirse en escritor. Hablé sobre ello en mi entrada El guardian entre el centeno (o cómo escribir una novela), de modo que no me detendré más aquí.

8. Cien años de soledad (1967), Gabriel García Márquez.

Quintaesencia del realismo mágico, Cien años de soledad es la mejor obra en español del siglo XX, la de mayor reconocimiento internacional —ha sido traducida a casi cincuenta idiomas—. Novela total y, a pesar de su carácter aún contemporáneo, ya legendaria, obra maestra de la literatura en español y de la literatura universal.

En ella se narra la aventura extraordinaria de la familia Buendía-Iguarán durante un siglo, con sus fantasías, tragedias, intrigas, amores, adulterios, incestos, rebeldías, condenas… Pero cuando leemos Cien años de soledad nos adentramos igualmente —y esta es la grandeza de la novela— en la historia de Colombia y de América Latina, y también en la historia del hombre, en la de su origen, en la de sus mitos. Estamos, pues, ante una novela que trasciende sus límites, una novela monumental e infinita.

9. Conversación en La Catedral (1969), Mario Vargas Llosa.

Decía Mario Vargas Llosa que si tuviera que salvar del fuego una sola de sus novelas, salvaría Conversación en La Catedral, una obra que, además de ser la mejor de su producción, es también la que más trabajo le costó escribir, como él mismo reconoció —viendo la prodigiosa estructura que posee, no es de extrañar.

La historia parte de una vivencia real del autor, el episodio inicial en la perrera, pero a partir de ahí la ficción se abre paso; eso sí, enredada siempre con la realidad vivida durante la dictadura militar del general Odría, que fue, como es común en todas las dictaduras, pródiga en corrupción y en violencia, en represión, en restricción de libertades… «¿En qué momento se había jodido el Perú?», se pregunta Zavalita al comienzo de la novela, entre coches, edificios descoloridos y niebla; una frase que, a modo de dolorosa epifanía sin respuesta —o con demasiadas respuestas—, anticipa todo lo que vendrá después.

Desde el punto de vista estructural, la historia se articula en torno a la conversación que mantienen Zavalita y el zambo Ambrosio en el bar La Catedral, una conversación que, según los estudiosos de la obra, dura unas cuatro horas, cuatro horas que se alargan durante las más de setecientas páginas que tiene la novela. ¿Cómo es posible? El autor, con maestría y audacia a partes iguales, entrelaza en esa conversación diferentes planos temporales y espaciales, cruza historias, recuerdos, monólogos, diálogos... Se trata de un desafío literario —y arquitectónico— de enormes dimensiones, y Vargas Llosa sale airoso de él, pues, pasados ya los cincuenta años de su publicación, Conversación en La Catedral sigue considerándose una de las novelas contemporáneas más importantes que se han escrito en español.

10. El periodista deportivo (1986), Richard Ford.

Si tengo que elegir una novela de los últimos decenios del siglo XX, me quedo con El periodista deportivo, del norteamericano Richard Ford. En ella aparece por primera vez su ya legendario personaje Frank Bascombe. De él sabemos, al empezar la novela, que tras un prometedor comienzo como escritor decidió convertirse en periodista deportivo. Según reconoce, se había cansado de que sus personajes fueran «demasiado serios, demasiado tristes y sin sentido del humor». «La vida era mucho más interesante que todo eso», continúa, y después reconoce que por desgracia él no sabía escribir de otra manera. Por esa razón, decidió hacerse periodista deportivo, un cambio que al mismo tiempo es toda una declaración de intenciones. Frank parece querer decirnos, y en efecto así lo dice explícitamente en sus muchas digresiones, que en la vida no hay nada trascendental, que hay que conformarse, entregarse a los pequeños placeres del día a día. Este planteamiento, la manera de ser y la voz de Frank, me parecieron desde el principio muy originales, profundamente transgresores a pesar de su aparente conformismo.

Pero las cosas en las novelas, como en la vida, no son tan fáciles. También al comienzo de la obra se nos cuenta que el hijo primogénito de Frank murió cuando tenía nueve años y que, un tiempo después, se divorció de su mujer. Así, a medida que avanza la historia, que se desarrolla en tres días —aunque contiene recurrentes saltos al pasado—, conoceremos el motivo del divorcio y descubriremos muchas más cosas sobre Frank y sobre su manera de ser. Porque en esta novela, que es una novela de honda sumersión en la que hay que bajar hasta lo más profundo del alma, nada es lo que parece a primera vista. O quizá sí, quién sabe. Quizá, como dice Frank, en realidad no hay nada trascendental, «las cosas suceden y luego se acaban, y eso es todo».